Por: Lic. Pedro Acosta – Politólogo, analista político
En el convulso escenario político paraguayo, la
oposición liberal vuelve a ensayar una recomposición interna con la mirada
puesta en la intendencia de Asunción. En el centro de esa pugna se encuentran Blas Llano y Efraín Alegre, dos referentes históricos del PLRA que,
pese a compartir un mismo origen partidario, hoy encarnan corrientes divergentes con aspiraciones de
poder e influencia municipal.
Blas Llano impulsa la candidatura de Johana Ortega, del movimiento Yo Creo, quien además cuenta con el respaldo de Miguel Prieto, exintendente de Ciudad del Este. Prieto, fortalecido tras la reciente victoria de Daniel Pereira Mujica frente al colorado Roberto González, proyecta ya su mirada hacia el 2028 con ambiciones presidenciales. Su apoyo a Ortega constituye una jugada estratégica, que busca extender la presencia de Yo Creo hacia la capital y consolidar un bloque alternativo con proyección nacional.
Por su parte, Efraín Alegre apuesta por Soledad Núñez, su excompañera de fórmula en las últimas
elecciones presidenciales, donde sufrió su tercera derrota consecutiva frente al Partido Colorado.
Alegre intenta sostener una narrativa de renovación
y moderación, aunque enfrenta el mismo obstáculo que ha frenado
históricamente al liberalismo: la fragmentación
interna y la ausencia de un
liderazgo unificador capaz de disputar en igualdad de condiciones el
poder municipal y nacional.
La disputa entre Llano y Alegre trasciende Asunción. Llano ha comenzado
a tejer acuerdos en municipios estratégicos del Departamento Central,
promoviendo referentes propios bajo alianzas
amplias y pragmáticas, incluso con sectores del oficialismo colorado.
Su movimiento revela un cálculo político orientado a reconstruir poder territorial más que ideológico.
Mientras tanto, la ciudadanía observa con escepticismo este juego de alianzas. Lo
que debería ser un proceso de consolidación opositora se transforma, una vez
más, en una fragmentación estratégica,
debilitando cualquier alternativa real frente al hegemonismo colorado. Ambos
líderes saben que separados no podrán
disputar con éxito la capital, pero cada uno prioriza posicionamiento personal por encima de
un proyecto colectivo.
Desde una lectura analítica, lo que se observa
no es improvisación, sino la reedición
del ajedrez político clásico paraguayo: liderazgos que buscan supervivencia antes que transformación.
La lucha por Asunción se convierte así en una vitrina anticipada de la batalla mayor: definir quién
conducirá el liderazgo opositor de cara a 2028.
En este contexto, cada alianza, cada ruptura y cada silencio son parte de un ensayo político que prefigura el mapa de poder de los próximos años. El desafío para la ciudadanía será distinguir si estas reconfiguraciones representan una auténtica renovación o simplemente el reciclaje del mismo esquema de poder que, con distintos nombres y colores, ha gobernado Paraguay durante décadas.
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