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LA LIBERTAD DEVALUADA: CUANDO EL LIBERALISMO SE ARRODILLA ANTE EL MACHISMO.

Por: Peter Acosta.
Politólogo y Analista.

Hay decisiones políticas que no solo se equivocan: se desnudan moralmente. La eliminación de la paridad de género en el Partido Liberal Radical Auténtico no es un error táctico ni un debate técnico. Es una traición doctrinaria, una puñalada a la democracia y una violación directa del orden constitucional y del derecho internacional de los derechos humanos.

El liberalismo no admite prefijos ni atajos. No existe una libertad a medias ni una libertad condicionada por la conveniencia electoral. La libertad es indivisible o deja de existir. Isaiah Berlin lo advirtió con claridad: cuando la libertad se separa de la igualdad de condiciones, degenera inevitablemente en dominación encubierta.

Reducir la representación política de las mujeres alegando “dificultades para conformar listas” no es pragmatismo ni realismo político: es incapacidad ética. Un partido que no puede garantizar igualdad de oportunidades está obligado a reformarse a sí mismo, no a cercenar derechos conquistados. Todo lo demás es cobardía institucional.

Más grave aún es el argumento utilitarista de que la paridad “no dio resultados”. Los derechos fundamentales no existen para dar resultados electorales. No se someten a evaluaciones de rendimiento ni a cálculos coyunturales. John Rawls fue categórico: los derechos básicos no están sujetos a negociación mayoritaria ni a balances de eficacia política. Cuando se condicionan los derechos a su utilidad, la democracia deja de ser un sistema de garantías y se convierte en un mercado de privilegios.

Pero el punto más obsceno de esta decisión no es técnico ni doctrinario: es histórico y moral.

La mujer paraguaya no solo sostuvo al Estado cuando este colapsó. Asumió la violencia sobre su cuerpo y su alma, cargó con el dolor, la humillación, la pérdida y el exterminio, y desde ese sufrimiento reconstruyó el Paraguay. Tras la Guerra de la Triple Alianza, cuando casi no quedaban hombres, no pidió cuotas ni estatutos: levantó la República desde las cenizas. Esa libertad y ese derecho fueron ganados mucho antes de que existiera el Partido Liberal, mucho antes de cualquier convención o dirigencia.

La libertad que hoy el liberalismo dice representar fue escrita por la mujer paraguaya con sangre, con dolor y con resistencia, encarnando el espíritu más profundo del pueblo paraguayo: aquel que prefiere morir antes que vivir subyugado. Y hoy, en un retroceso vulgar protagonizado por hombres que dicen luchar por los derechos, se le quita a la mujer la igualdad históricamente ganada. No por olvido, sino por desprecio. Como si el sacrificio pudiera devaluarse. Como si la dignidad pudiera cotizarse a la baja en una convención partidaria.

Esto no es solo una vergüenza política. Es una violación frontal de la Constitución Nacional del Paraguay. El artículo 46 garantiza la igualdad real y efectiva, no una igualdad simbólica ni reducida al mínimo legal. El artículo 48 impone al Estado y a los actores políticos el deber de remover los obstáculos que perpetúan la desigualdad.

La regresividad en derechos no es una opción: es una infracción constitucional.
A ello se suma el derecho internacional. Paraguay es Estado Parte de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW), que obliga a adoptar medidas positivas y progresivas para garantizar la igualdad sustantiva. La reducción deliberada de la participación política de las mujeres constituye un incumplimiento de obligaciones internacionales y compromete la responsabilidad del Estado, tanto por acción como por omisión.

Hannah Arendt advirtió que cuando los derechos dejan de estar garantizados por la pertenencia plena a la comunidad política, lo que emerge es la deshumanización institucional. Eso es exactamente lo que ocurre cuando se reduce la participación de las mujeres al mínimo legal no por justicia, sino por conveniencia.

Que uno de los partidos más importantes del país pretenda llegar al poder tras semejante retroceso deja al descubierto una vocación peligrosa: no gobernar una República, sino administrar una republiqueta. La democracia no se destruye de golpe; se degrada cuando quienes dicen defenderla la mutilan en nombre de la practicidad y del poder.

La sangre con la que se escribió la igualdad no se negocia.

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