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CAACUPÉ Y LA MENTIRA QUE NOS REPETIMOS CADA DICIEMBRE.

Diciembre ya se siente. Paraguay se mueve, se emociona, se persigna. Miles caminan hacia Caacupé: a pie, en caravana, en carreta, con cruces, con heridas y con una fe que conmueve. Piden lo de siempre: salud, trabajo, seguridad, el regreso del hijo que emigró por necesidad, la unión familiar, el pan de cada día, la paz y un futuro mejor.


La fe es real. Es hermosa. Pero hay una verdad que duele: nos arrodillamos ante la Virgen, pero en la urna seguimos arrodillándonos ante los mismos ladrones de siempre.

Pedimos salud, pero votamos a quienes saquean los hospitales.
Pedimos seguridad, pero elegimos a los que no cumplen su rol de proteger al ciudadano.
Pedimos trabajo, pero seguimos premiando a quienes obligan a nuestra gente a emigrar.
Pedimos futuro, pero votamos por los que nos roban hasta la esperanza.

¿Qué clase de fe es la que no se anima a actuar cuando llega el momento de votar?

Ahí aparece nuestra contradicción: lloramos frente a la Virgen, pero defendemos a quienes hunden al país. Hacemos promesas de sacrificio, pero entregamos el voto a clanes que nos saquean hace décadas. Clanes que cambian de apellido, pero no de costumbres: extorsión, corrupción, abuso y miseria para el pueblo.

Mientras tanto…

  • El campesino produce, pero cobra migajas.
  • La carne es más barata afuera que en el país que la produce.
  • El tomate llega a 22.000 guaraníes en el súper, mientras el productor se endeuda hasta morir.
  • Los hospitales se caen, las escuelas se pudren, las calles son un cementerio de baches.
  • Y la policía, demasiadas veces, no cumple su rol esencial: cuidar y proteger al ciudadano.

Y nosotros, tercamente, seguimos votando por los mismos.

Entonces, ¿para qué tanto sacrificio ante la Virgen si luego elegimos a quienes destruyen todo lo que le pedimos?

La Virgen no puede arreglar lo que nosotros rompemos cada cinco años. No puede salvar a un pueblo que se entrega voluntariamente a quienes le roban la vida, la dignidad y el futuro.

Queremos milagros, sí. Pero el único milagro que este país necesita es votar con dignidad.

TODOS QUEREMOS LO MISMO:
Volver a la mesa.
Volver a sentir que alcanza.
Volver a ser familia sin angustia.
Volver a una parrilla encendida, con carne para todos, no para unos pocos.

Que el humo del asado vuelva a ser señal de unión, no de nostalgia. Que la familia pueda reunirse sin que falte nada, sin que un hijo esté lejos limpiando baños o cargando cajas porque aquí no hay oportunidades. Volver a comer juntos, reír juntos, vivir juntos.

Ese es el Paraguay que queremos.
Y ese Paraguay no se construye caminando cien kilómetros y votando como siempre. Se construye votando como un pueblo cansado de ser burlado, como ciudadanos que dejaron de ser ovejas de los clanes corruptos.

Si de verdad queremos volver a la mesa, a la parrilla, a la carne compartida… hagamos lo que ningún político espera: votar bien. Votar distinto. Votar con coraje.

Rezar es bueno. Caminar es valioso.
Pero votar con dignidad… ese sí sería el verdadero milagro paraguayo.

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